El área que ocupa la actual provincia de Guadalajara
estuvo habitada establemente por pueblos celtibéricos, y su
romanización ha quedado refrendada por las numerosas villas tardorromanas
encontradas, y porque por su territorio pasaba la Gran
Vía Augusta que
comunicaba Mérida con Zaragoza.
Tras la entrada de
los pueblos germánicos, se originan asentamientos visigodos en la región, como
lo demuestran las necrópolis de Alovera y Azuqueca. En honor a
su hijo Recaredo, el rey Leovigildo construyó, además, una ciudad palaciega con
amplias calles y una basílica en el término municipal de Zorita de los Canes.
Esta fundación tuvo lugar en el año 578 tomando como nombre Recópolis.
Con la invasión musulmana, a comienzos del
siglo VIII, estas tierras debieron quedar con escasa población cristiana, que
emigrarían al norte, en dirección al naciente reino de Asturias.
Los musulmanes nunca consideraron los territorios al norte de la
Cordillera Central como zona de interés de conquista. Durante los tres primeros
siglos de la instalación de los musulmanes en la península, Al-Andalus
establece tres marcas o fronteras: Marca Inferior, establecida en la línea que
cruza por Mérida. Marca Media que guardaba Toledo atravesando Guadalajara y
alcanzando Soria. Marca Superior, con límite en Zaragoza.
Por ello, una vez en manos
musulmanes, y durante el emirato y califato cordobés, las tierras de la actual
Guadalajara formaron parte de la llamada "Marca Malia" o Marca Media que protegía Toledo y sobre todo Córdoba, mucho más al sur.
Durante estos primeros siglos - desde el VIII
al X - la Marca Media va a ser la más disputada por moros, fundamentalmente
bereberes, y cristianos.
En numerosas ocasiones, el reino astur-leonés y el condado de Castilla realizaron incursiones militares sobre ella, y en otras, sirvió de base para las razzias de los emires y califas de Córdoba, principalmente en pleno siglo X durante el mandato de Abderramán III.
En numerosas ocasiones, el reino astur-leonés y el condado de Castilla realizaron incursiones militares sobre ella, y en otras, sirvió de base para las razzias de los emires y califas de Córdoba, principalmente en pleno siglo X durante el mandato de Abderramán III.
Por tanto, en estos
siglos, hemos de ver el actual territorio de Guadalajara como zona militar con
escasa población, sólo formada por unos pocos núcleos rurales habitados por
civiles y sobre todo, destacamentos militares musulmanes defendiendo las
alcazabas construidas para su defensa, como Atienza, Guadalajara, Jadraque,
Hita, Sigüenza y Medinaceli (actualmente en Soria).
Tras el derrumbamiento del califato de
Córdoba a principios del siglo XI, Toledo comienza una política de independización
que concluye en el año 1018 constituyéndose como una poderosa taifa
completamente autónoma y de gran extensión, incluyendo en su territorio la
actual Guadalajara.
Esta taifa de Toledo disfrutará
de su máximo esplendor durante el reinado de Yahya-al-Mamun (1043-1076). A su
muerte, la presión de Alfonso VI, rey de Castilla y León, termina con la
conquista cristiana en el año 1085, durante el reinado de Al-Qadir.
A finales del siglo
XI, tras la toma de la ciudad de Toledo, se inicia la reconquista efectiva de
las tierras más noroccidentales de de la provincia con las poblaciones de
Atienza, Uceda y Guadalajara. A comienzos del XII se recuperan Molina de
Aragón, La Serranía, Sigüenza y el alto Tajo. Desde este momento, la creación
del obispado de Sigüenza,
las acciones de los arzobispos toledanos, junto al establecimiento de la Orden
de Calatrava, promueven una incipiente actividad repobladora.
Sin embargo, la entrada de contingentes
africanos en la península, los almorávides, y las sucesivas derrotas cristianas
en las batallas de Sagrajas, Consuegra y Uclés, junto al sitio que sufrió
Toledo, debieron paralizar o ralentizar la repoblación efectiva de la
provincia.
Será, con el hundimiento del poder almorávide
a mediados del siglo XII, y las activas políticas de conquista y repoblación de
Alfonso VII y Alfonso VIII cuando veremos un renacimiento de las inmigraciones
de gentes provenientes de otras partes de Castilla, navarros, vascos, francos y
mozárabes huidos de Al-Andalus por la intolerancia almohade.
No es desdeñable la
labor encomendada, en este sentido, a los monasterios cistercienses que se
fundan para el impulso en la roturación y población de zonas recónditas y
deshabitadas y la acción protectora de las órdenes militares, como la de
Calatrava.
Tras las conquistas
definitivas de Cuenca y Alarcón por Alfonso VIII a finales del siglo XII, y
sobre todo la victoria en 1212 en las Navas de Tolosa desmantelando el poder
almohade, todo el territorio de Guadalajara es establemente conservado para el
reino de Castilla.
La nueva población cristiana logró establecerse definitivamente en el territorio y formó una extensa comunidad creando aldeas, que se dedicaban a la agricultura y sobre todo a la ganadaría lanar, bajo la jurisdicción de Guadalajara, según confirma el fuero concedido por el rey Alfonso VII en 1133.
En
1219, Fernando III concedió un nuevo fuero, el fuero largo, a la ciudad.
Durante el reinado de Alfonso X, la protección el rey aseguró el desarrollo
económico de la población, mediante la defensa de sus comerciantes y la
autorización de sus ferias y mercados, que aún se celebran. En la segunda mitad
del siglo XIV se estableció en Guadalajara la familia Mendoza, cuyo destino en
adelante marcó el de la ciudad misma. Entre los miembros de esta familia
figuran Iñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana (1398-1458), y Pedro
González de Mendoza (1428-1495), gran cardenal de España y consejero de los
Reyes Católicos. El ascenso de los Mendoza, que desde 1475 llevan el título de duques
del Infantado, trajo consigo el de la ciudad.
La corte señorial actuaba de
motor económico de la vida urbana. En 1460, el rey Enrique IV concedió a la
población el título de ciudad y aseguró su voto en Cortes. A lo largo del siglo
XVI se logró una época de auge.
Guadalajara
sufrió especialmente las consecuencias de la crisis general del siglo XVII. Los
Mendoza trasladaron su sede a Madrid; la quiebra y la despoblación amenazaron
la supervivencia de la ciudad. A comienzos del siglo XVIII, Guadalajara, saqueada
durante la guerra de Sucesión, vivió su peor momento. El favor del rey Felipe V
logró evitar la ruina completa, mediante el establecimiento de la Real Fábrica
de Paños, que hasta principios del siglo XIX asegura el crecimiento de la
población.
Durante
la primera mitad del siglo XIX el desarrollo de la ciudad se detuvo otra vez.
Primero, como consecuencia de los daños causados por la guerra de Independencia
(1808-1813), después por el cierre de la Real Fábrica de Paños, en 1822. En
adelante, hasta la segunda mitad de nuestro siglo, Guadalajara sobrevive
gracias a su función administrativa, como capital de provincia y sede de
instituciones públicas, entre ellas, la Academia de Ingenieros Militares, desde
1840. El crecimiento, aunque lento, transforma la población, que alcanza los
11.000 habitantes en 1900. La huella de aquella época, de prosperidad relativa,
puede verse aún en la arquitectura residencial de la calle Mayor. Con éxito,
una generación de profesores y escritores emprende en el tránsito del siglo XIX
al XX el fomento cultural y educativo de la población. Se organizaron en torno
al Ateneo Caracense y el Centro Volapükista Español, dedicado al fomento del
volapük, una lengua universal, antecesora del esperanto.
La
falta de desarrollo industrial limitó hasta bien entrado el siglo XX las
posibilidades de la ciudad. Después de la Guerra Civil (1936-1939) y hasta 1959
transcurrieron veinte años difíciles. En 1959 Guadalajara fue incluida en los
planes de desarrollo como polígono de descongestión industrial de Madrid.
Aunque ese desarrollo se ha producido lentamente, la ciudad ha logrado en los
últimos años una de los mayores tasas de crecimiento relativo de España.
En la
actualidad dos hechos marcan la vida de Guadalajara. En primer lugar, Guadalajara
se halla en la periferia del área metropolitana de Madrid, en el extremo del
área de expansión urbana e industrial del llamado "corredor del
Henares". En segundo lugar, la evolución económica ha provocado una grave
despoblación de la provincia. En esta situación, la ciudad se enfrenta,
consciente, al riesgo de convertirse en un núcleo marginal de la metrópolis
madrileña y lucha por alcanzar un crecimiento equilibrado. Una reciente
encuesta sobre la salud de la población revela entre los habitantes un alto
grado de satisfacción por su calidad de vida.
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