La historia de Córdoba es un compendio de culturas que han dejado una profunda huella, entre ellas la romana, árabe y judía, además de la cristiana. Son numerosos los edificios diseminados por toda su geografía que exhiben su pasado de esplendor.
Solo con dar un paseo por Córdoba irá conociendo su interesante
historia. La ciudad cuenta con restos arqueológicos de diferentes épocas:
templos romanos, basílicas visigodas, edificios árabes y judíos, además de
numerosas iglesias cristianas. Una suma de colonizaciones que dejaron una
huella imborrable en la ciudad. Hoy día Córdoba es una de las ciudades
referencia de la historia de España.
Los comienzos de la
ciudad de Córdoba datan del año 169 antes de Cristo. En aquel año Claudio
Marcelo levantó un campamento militar que, posteriormente, se iba a convertir
en una de las ciudades más importantes del Imperio Romano. Ya en el siglo I
antes de Cristo, el senado de Roma había designado la ciudad con la capitalidad
de la provincia Bética. Bajo el mandato de Augusto, la “Colonia Patricia
Corduba” experimentó un gran impulso.
Surgieron edificios monumentales que en
la actualidad ofrece a sus visitantes una fiel muestra de este esplendor. De aquella época son el Puente Romano, que formaba parte de la Vía
Augusta y unía ambas orillas del río, el templo Romano en la calle Capitulares,
el palacio de Maximiano Hercúleo cuyos restos se hallaron durante los trabajos
en la nueva estación de ferrocarriles y, un Anfiteatro, que fue el tercer más
grande de todo el Imperio.

Durante las guerras
civiles entre César y Pompeyo, Córdoba tuvo que tomar partido por uno de
ellos. Tras la victoria de César, la ciudad, que se había decantado finalmente
por Pompeyo, sufrió las represalias del vencedor y un pequeño declive. De esta
época surgen importantes nombres en la historia de Córdoba, como Séneca, o
Lucano.
Tras la llegada de
César al poder, Córdoba sufre primero una caída de la que no tarda en
levantarse, pues su situación de nodo estratégico permitió que se realizaran
numerosas acctividades comerciales. De esta
forma, se construyeron la Vía Augusta y la ciudad se expandió dentro de las
murallas construidas para la defensa de la ciudad.

En el año 711, Córdoba
fue conquistada por los árabes, pero lo cierto es que más que de una conquista
se trató de una entrega voluntaria salvando de esta manera la vida de los
habitantes. Sólo había resistencia de unos cuatrocientos caballeros que se
hicieron fuertes en la antigua iglesia de Santa Victoria defendiéndose hasta su
inevitable destino.
El Alcázar visigodo, se convirtio en la primera residencia de los altos cargos musulmanas. A los cinco años de la conquista por Tarik, los árabes distinguieron
a la ciudad de Córdoba con la capitalidad de Al Andalus, que hasta este
momento, había ostentado Sevilla, y era gobernada por un emir al que el califa
de Damasco le otorgó la independencia.
Tras una pugna
sangrienta entre los abbasides y los omeyas, el príncipe omeya y único
sobreviviente de su dinastía llegó a las tierras de Al Andalus. En el año 756,
derrotó, en las puertas de Córdoba, al emir abbaside y se alzó, convertido ya
en Abderramán I, como la única autoridad en Andalucía. A tres kilómetros del
centro urbano construyó el palacio de la Arruzafa, hoy Parador Nacional, donde
al final de su vida se encerró por la nostalgia de la Siria de su infancia.
Fue en este año, cuando el emir de Córdoba Abderramán I inició la construcción de la Mezquita-aljama. Para su construcción se utilizó materiales de una antigua basílica visigoda que había existido en este mismo espacio como los obtenidos de diferentes lugares. Debido al fuerte crecimiento demográfico de la población, la Mezquita vivió diversas ampliaciones.
En el año 822 de los
cristianos, Abderramán II heredaba el trono. Entre los años 833 y 852, la
Mezquita fue ampliada por primera vez. La ampliación comprendía ocho naves en
dirección sur respectando la estructura del primer edificio. Debido a su
muerte, esta obra fue terminada por su hijo y heredero Al-Hakem II que
representaba la paz, la cultura y la ciencia. Compuso una biblioteca que
cifraba en sus depósitos unos 400.000 volúmenes. La creación de numerosas
escuelas atraía a una gran cantidad de estudiantes de todas las creencias.

En los primeros treinta
años del siglo X, la ciudad de Córdoba había alcanzado enormes dimensiones. El
palacio al lado de la Mezquita quedó demasiado pequeño para las hospilaciones
de Abderramán III que se proclamó califa en 929 recuperando de esta manera, el
título por el que su dinastía había sido desposeida por los abbasides e hizo de
Córdoba un califato independiente de Damasco, convirtiendose en una de las ciudades más importantes del reino musulmán, Al Andalus. A ocho kilómetros de la capital
construyó su residencia real, Medina Azahara, trasladando allí su corte y volvió
a ampliar la Mezquita dotándola con un patio con pórticos.
Finalmente, en el cenit
del esplendor de Al Andaluz, Almanzor amplió la Mezquita mayor de Córdoba por
última vez, doblando sus anteriores dimensiones en solo unos meses. La decoración
de esta parte de la Mezquita fue menos suntuosa.
Fue en este año, cuando el emir de Córdoba Abderramán I inició la construcción de la Mezquita-aljama. Para su construcción se utilizó materiales de una antigua basílica visigoda que había existido en este mismo espacio como los obtenidos de diferentes lugares. Debido al fuerte crecimiento demográfico de la población, la Mezquita vivió diversas ampliaciones.




Después de la muerte de
Almanzor empezaron a surgir las guerras civiles que acabaron con el poder
central dejando de existir el califato en 1013. Los beréberes se apoderaron de
Medina Azahara, símbolo del esplendor califal, la saquearon e incendiaron. Con
la caída del califato y la siguiente aparición de los Reinos de Taifas, la
antigua capital perdió mucho de su importancia convirtiéndose Córdoba a partir
de este momento en una taifa más. Aún así, insignes pensadores como Maimónides,
Averroes o el poeta Ibn Hazam saldrían del seno de la ciudad.


La Mezquita es
descollada por una catedral cristiana cuya construcción fue ordenada por el
obispo Alonso Manrique. Las obras comenzaron en 1523 y finalizaron al principio
del siglo XVII. La decisión de la destrucción de una parte del legado árabe
para realizar el levantamiento de la catedral fue polémica, y tardó hasta que
Carlos I resolvió este enfrentamiento a favor de la construcción de la iglesia,
una decisión de la que, posteriormente, se arrepintió.
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Pero con el cambio de la dinastía, la situación de la ciudad tampoco
mejoraba. Hambrunas y epidemias, así como el éxodo americano, causaron que la
población siguiera disminuyendo. Un terremoto en 1755 también originó graves
daños.

Como eco del levantamiento del 2 de mayo contra la ocupación francesa, la población entera de la ciudad se armó intentando detener la marcha del General Dupont. Sin embargo, tuvieron que retroceder ante el ejército francés, y la ciudad fué saqueada. En los años que siguieron a la Guerra de la Independencia, absolutistas y liberales luchaban por la hegemonía en la ciudad.

A mediados del siglo XX., la ciudad no llegaba a 180.000 habitantes. Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas la imagen de la ciudad ha cambiado notablemente.




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